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martes, 21 de octubre de 2014

23 de octubre: Muerte de Monterrosa Barrios.



Yo contaba con pocos años  cuando escuché en la noticias que había fallecido Monterrosa Barrios, un soldado; para mí en ese momento no significó nada, siendo una niña, con el tiempo al leer la historia, lo que ocurrió y sus acciones, me gusta leer artículos donde se dejan sonar todas las campanas, para que los que lo vivimos muy niños o eramos muy pequeños nos hagamos una idea más clara de lo que ocurrió y quienes son estos personajes

""Un 23 de Octubre de 1984, CAE en la trampa con una bomba "casa bobos" uno de los peores criminales del pueblo, El Coronel Domingo Monterrosa Barrios. Lo mas ironico de todo es que su TROPA y titeres seguidores hoy en dia prefieren creer que todo fue un simple ACCIDENTE!

Como Rambo. Un intrépido Domingo Monterrosa Barrios vadea las aguas de un río que puede ser el Torola. Se adentra en territorio comunista, empapando su camuflaje que no camufla ni su cuchilla, ni su fusil.



La imagen anterior, una fotográfica, congela al fundador del batallón Atlacatl momentos antes de su muerte. Antes del mediodía del 23 de octubre de 1984, cuando el comandante Monterrosa anunció a la prensa que había capturado a la radio insurgente Venceremos. Dijo que con la radio terminaría también El mito de Morazán, el mito de todo un departamento insurgente. Rojo, clandestino.



Más tarde, cuando la guerrilla hizo explotar su helicóptero con una bomba disfrazada de Radios Venceremos, fue la insurgencia la que anunció que había dado fin a otro mito. El fin del único estratega militar hasta ese día invicto: El mito de Monterrosa.



Ni lo uno, ni lo otro. Los mitos no conocen de paz ni guerras. Al norte del departamento con nombre de militar unionista centroamericano, casi todos los municipios tienen alcaldías de izquierda. Abundan los murales rojizos del Che o de Farabundo Martí. En uno de estos poblados, un trozo del helicóptero de Monterrosa es resguardado con celo, como pieza de museo. Y en el campo, hasta los que nacieron décadas después de su muerte relacionan a Monterrosa con leyenda de fusil, guerra y helicóptero.



La historia de este militar ha viajado lejos de Morazán. En Venezuela, a inicios de los años noventa se filmó una película donde la figura de Monterrosa está presente: Trampa para un gato. Y si en un motor de búsqueda de internet se digita Domingo Monterrosa Barrios aparecen más de 56,000 resultados.



En la red, al comandante le dedican desde insultos hasta su propio portal: monterrosavive.info. Esta es una larguísima hoja de vida en línea, con galería fotográfica y lista de reconocimientos y títulos castrenses. Con un clic aquí y allá es fácil enterarse de que Monterrosa nació en el usuluteco poblado de Berlín, que era sobrino directo del famoso capitán Gerardo Barrios, que sus detractores le decían Trompa de cuche, que su némesis es Rufina Amaya, que le llaman asesino despiadiado y que murió a los 44 años, cuando realizaba un operativo anticomunista llamado Torola IV, en su no menos mítico helicóptero.



Mientras los cadetes entonan corridos en honor a Monterrosa, los más veteranos vociferan que es héroe y mártir. Las facciones gruesas del rostro de Monterrosa, su nariz achatada y su cabello colocho, han pasado a ser busto metálico. Uno que la Fuerza Armada entrega como alta condecoración. Su imagen es parte del mobiliario de la Alcaldía de San Miguel. Monterrosa es el nombre la tercera brigada de infantería, de la misma ciudad. Y aquella fotografía en la que se le ve vadear el Torola se ha convertido en un inmenso óleo con revuelos dorados.




Se luce, a manera de altar, en una sala homónima, dentro del capitalino museo militar. Entre reflectores y fusiles, la cédula que describe el óleo parece ahondar su mito. Entre líneas explica que murió en un accidente aéreo. Es la versión que nació hace 26 años, cuando la prensa militar y hasta la de revista estadounidense Times sostuvieron que el helicóptero se vino abajo, en las cercanías del pueblo de Joateca, por una fatiga en el rotor que provocó el rompimiento de las hélices.



En aquel momento, las autoridades militares se negaron a atribuir a la guerrilla el atentado contra Monterrosa. Pero con el tiempo, han sido los mismos militares los que han empezado a abordar el tema de forma distinta. La versión que yo conozco a oídas, pero que es casi la oficial es que había un equipo de la Radio Venceremos que fue dejado por la guerrilla como un cebo para derribar el helicóptero de Monterrosa acepta el general retirado Mauricio Vargas de 65 años, desde su negocio, una carnicería capitalina.



Vargas dice, y podría jurar, que Monterrosa es un líder histórico, una figura pública. Pero, como tal, las historias que surgen en torno a él se adaptan o transforman de acuerdo a quien los cuenta. ¿Héroe o villano? Monterrosa es un mito divergente.





El militar más temido. Frío. Dueño del único batallón que nunca fue derrotado: el Atlacatl. Obsesionado con capturar a Joaquín Villalobos, el comandante de las Fuerzas Revolucionarias del Pueblo, y con destruir la Radio Venceremos. Así lo describe Marvin Galeas. Un ex militante guerrillero, quien al momento de estallar el helicóptero de Monterrosa trabajaba en la Venceremos. El ex presidente de la República, Antonio Saca, también ha tenido algo que abonar. Han sido carismático y defensor de la patria las palabras que ha utilizado para referirse a él. Declaraciones que, para los que ven la otra cara de Monterrosa, son una afrenta, un insulto escupido sobre las tumbas de los caídos.



El vocero del gobierno de izquierda cuenta su parte. Para Sigfredo Reyes, Monterrosa pasó a los anales de la historia como un genocida despiadado, no es una persona a la que esta sociedad deba recordar con gloria. Porque nadie debe utilizar el poder del Estado contra la humanidad.





Y de este tipo de comentarios, los hay más encarnizados, menos razonados, más sentidos, menos mucho menos diplomáticos. Ese hombre era el mero demonio con ropa. Dicen que cuando llegaba a los cantones con su batallón Atlacatl, hasta los perros aullaban. Dicen que todo el tiempo andaba bien drogado y que a los soldados les daba drogas fuertes para que fueran mas feroces cuando mataban a sus víctimas (sic), escribió alguien en un foro político de la cadena Univisión en 2007. Y de ahí, hay quienes lo llaman asesino, pasmado, títere...


Un intelectual salvadoreño radicado en Barcelona trata de poner el asunto en balanza. Álvaro Rivera Larios compara a Monterrosa con Mayo Sibrián. Un líder de las Fuerzas Populares de Liberación (FPL) del que algunos estiman que en la década de los ochenta asesinó a más de mil personas. Si la guerra es un exceso, Sibrián y Monterrosa serían un producto del exceso. Pero no es así. Aunque sus violencias se parecieran, no son iguales. Se estructuraron de distinta forma y su teleología fue distinta, estima Larios, y añade que una serie de condiciones e instituciones, como las formas de concebir la guerra, contribuyeron a la aparición de ambos personajes, ahora envueltos en halos mitológicos. Larios considera que los salvadoreños deben escapar del reino de valoraciones incoherentes, y las verdades parciales y oportunistas, porque solo así se podrá juntar el trágico rompecabezas que fue, y es todavía, la última guerra civil que asoló nuestro mundo.


El helicóptero verde de Monterrosa se deshizo sobre las serranías y recovecos que lindan con Honduras, en el oriente del país. A unos dos kilómetros al occidente del enmudecido pueblo de Joateca. Aquí, un niño pelo parado, de 11 años, llamado Rigoberto, señala una loma escarpada y hace notar: Allí cayó la avioneta de Monterrosa, porai quedaron las alas.



El niño tiene su versión del mito. No sabe del helicóptero ni quién era el tal Monterrosa. Le han contado que era un soldado importante que murió junto a tres personas y no 14, como en realidad sucedió. Un sacerdote, un sacristán, tres periodistas de prensa castrense. Y ocho militares más, entre ellos el comandante del centro de instrucción de la Fuerza Armada, Herson Calitto; y el comandante del batallón Atlacatl, Armando Azmitia. El menor tampoco sabe por qué es que hubo guerra aquí. Nada le sabe a verdad, sino a cuentos de infancia, a historias para asustar, como la del coco.



Rigoberto sirve de guía para arribar a la escarpada milpa doblada, que reemplaza a la que hubo en octubre de 1984. Entre la tierra amarillenta aún emergen tornillos oxidados desperdigados. La tragedia tiene como mojón los patines de aquel helicóptero. A un lado de ellos, la Fuerza Armada erigió el año pasado, en el aniversario número 25, una lápida que reza: Aquí yacen los héroes de Joateca. Obedecer en todas las ocasiones y riesgos al superior aun a costa de vuestra vida.



El propietario de la milpa asoma de pronto. Se llama José María Argueta, don Chema. La mayor parte de sus 63 años ha vivido aquí cerca. Cerca del boquete que abrió un trozo del helicóptero y que la lluvia aún no logra desvanecer. Chema vive en medio de la tierra que Monterrosa consideraba comunista. Como ironía, para los que así la consideran aún, él viste una camisa del partido ARENA con algunos hoyos. Se ve a sí mismo con ella y, como si estuviera en el conflicto, aclara y justifica que nunca ha sido partidario de nada, ni de militares, ni guerrilla, porque esquivó bombas gringas de 500 libras y proyectiles soviéticos SAM-7. Chema empieza a padecer sordera, desconoce si es producto del estruendo de los ochenta. Pero aun así logra escuchar un sin fin de cuentos en torno al mismo helicóptero: Que si explotó por la complicidad de un militar traidor; o si fue derribado por metralla o por un misil.



Chema le repite a toda la gente lo mismo. Que un día de 1984 vio que el cielo explotaba. Que vio al helicóptero desmenuzarse en dos inmensas bolas de fuego. Que no escuchó metrallas o misiles previos. Y que vio a su milpa ensangrentada y a una guerra con rostro de conflicto civil y de guerra fría prolongarse hasta 1992. Cuando escuché quiénes iban en el helicóptero, supe que la guerra no respeta a nada ni nadie. Mucho menos a mí, que solo he andado metido en la milpa para sobrevivir.





El mito de Monterrosa viaja en helicóptero, posa por todo el norte del río Torola. Es fábula y pieza de un museo instalado en una casa de adobes que albergó a la nómada Radio Venceremos, en la joroba de una estratégica loma, erizada con pinos, que domina a Perquín. Que, a su vez, es un puñado de casas pintarrajeadas con paisajes costumbristas que intenta reinventar su pasado en un turístico presente.



En el museo, dos rubias estadounidenses, un argentino, y una cincuentena de colegiales unionenses echan un vistazo a un par de hélices y a la cola del helicóptero de color olivo, con revuelos chamuscados y un 284 aún legible.



Un señor chaparro, moreno, que lleva gorra blanca se acerca a los turistas que han empezado a sacarse fotografías con los vestigios detrás. Esto es lo que quedó del helicóptero del alto comandante Monterrosa, les explica Edgar García. Un guía de 46 años que desmiente que esta pieza no sea auténtica. Como prueba, asevera que él es un ex combatiente guerrillero, y que entre 1984 y 1985 caminó más de 20 kilómetros desde Cacaopera hasta Joateca para ver si aún había restos de la aeronave. Dice que tomaron este trozo, el más voluminoso, como especie de souvenir.



Como el helicóptero cayó en un barranco y en zona de concentración guerrillera, la Fuerza Armada solo se llevó lo que le pareció más importante: la caja negra. Pero todo esto se trajo de Joateca, dice Edgar. Él empieza a describir que la fantasmagórica aeronave era un UH-1 Huey. Un helicóptero desarrollado desde 1959 por los Estados Unidos, famoso porque más de 16,000 de ellos sobrevolaron, en combate, a Vietnam. De estos regaló varios el Pentágono a la Fuerza Armada Salvadoreña Edgar se entrecorta. Parece mareado, ausente. Excusa su silencio repentino como secuela de guerra. Al quitarse la gorra descubre una cicatriz en la sien. Fue hecha por el roce de una bala. Él estuvo en coma por varios meses. Ya se me va a pasar, dice.



Tras el lapsus, Edgar lleva a los colegiales a unas vitrinas que exhiben vetustos transmisores radiales. Una cajita así fue la que sirvió de señuelo para hacer estallar el helicóptero en la Operación Caballo de Troya. Monterrosa quería a toda costa desaparecer la Radio Venceremos y la guerrilla se la puso cerca, pero llevando bien escondidos ocho tacos de dinamita. Luego, Edgar muestra el telemando de plástico con el que Joaquín Villalobos, entonces comandante del Ejército Revolucionario del Pueblo (parte del FMLN), en teoría accionó el botón que hizo explotar el helicóptero, desde un cerro al oriente de Perquín.



Edgar, el ex combatiente y guía, apunta que lo de Villalobos también tiene versiones. Que hay quien dice que no todo el mérito de la operación Caballo de Troya es suyo, sino de otros cerebros. O que no fue Joaquín quien accionó el mando





El ronroneo de las libélulas metálicas de los años ochenta aún resuena en la memoria de los que viven en el bajío que separa a Perquín de Joateca. Ambos poblados están separados por las verdosas y frías aguas del río Sapo, el primero en la vega izquierda, y el otro en la derecha. En el lado izquierdo, se halla El Mozote. Un cantón con aspecto de pueblo, en cuya plaza central hay un enorme muro con veintenas de epitafios incrustados.



Una señora chele y bajita saluda solitaria en medio de la plaza. Tiene 38 años. Dice que se llama María Crecencia Chicas Amaya. Cuenta que en el suelo que está bajo sus yinas verdes y en solo dos días de 1981 fueron reunidos y asesinados más de 900 campesinos por militares contrainsurgentes del Batallón Atlacatl, comandados por Domingo Monterrosa. Una masacre, a la que por su número y saña, el Centro por la Justicia y el Derecho Internacional considera la peor en la historia americana del siglo XX.



Como El Mozote es hoy parte de un circuito turístico llamado Ruta de la paz, que incluye a Perquín y a Joateca, María Crecencia es una especie de guía también. Se para al lado de una tumba. Dice que es la de una prima, fallecida a penas hace dos años: Rufina Amaya. La única persona, que aún siendo desestimada por el gobierno y por la prensa internacional, se proclamó sobreviviente de esta masacre, donde perdió cuatro hijos y un esposo.



El analista político alemán Paolo Lüers, ex militante del FMLN, ha descrito que Rufina Amaya, en su papel de testigo, es el obstáculo inamovible para que Domingo Monterrosa sea ascendido a héroe nacional en la historia colectiva salvadoreña, porque se le considerará patriota consumado, pero responsable. En vida, Rufina brindó innumerables entrevistas para describir su tragedia. En su condición de campesina, ella no señaló directamente al comandante, pero recordaba que la masacre inició luego de escuchar el retumbar de un helicóptero que descendió a la aldea. María Crecencia, la prima de Rufina, no sabe si en la tripulación de ese helicóptero viajaba Monterrosa. Lo que sabe es que hubo un periodista estadounidense (Mark Danner, del periódico The New Yorker) que aseguró haberlo visto bajar de la aeronave tipo UH-1.


Mi coronel Monterrosa era un comandante líder. Lo admiraba mucho, lo conocí. Pero para ese entonces (1981) él no tenía licencia para esa operación. Monterrosa no estuvo en el Mozote, deslinda René Emilio Ponce. General retirado de 63 años, desde la oficina de su gasolinera. Otra cosa dice un colega. Monterrosa era comandante de la unidad. Nosotros como comandantes asumimos algún grado de responsabilidad de lo que se desarrolla en un momento determinado, lo dice Vargas, el general jubilado que regenta una carnicería. Para Vargas es un tanto injusto que se responsabilice de todo a Monterrosa porque la guerra y la paz la determinan los políticos, no los militares. Considera que el Mozote está envuelto en señalamientos unilaterales que excluyen contextos de guerra, que incluyen daños colaterales en población civil tanto de la guerrilla como la Fuerza Armada.



Larios, el intelectual, puntualiza que los salvadoreños salieron de la guerra sin castigar atrocidades y sin asumirlas moralmente. Dice que el país no salió fortalecido por una verdad común. Porque en esta nación se elude el castigo y la culpa. Es la tierra del mito. Hay quien piensa que la suerte de El Salvador es que nadie ganó la guerra, porque no hay un héroe vencedor aceptado por unanimidad. Y como no es así, hay más probabilidad que en lugar de mitologías se busque la verdad.

Tanto en el helicóptero de Monterrosa, como en el Mozote, las versiones y responsabilidades mutan. María Crecencia, la prima de Rufina Amaya, resume que luego de los Acuerdos de Paz y leyes de Amnistía Internacional la verdad es cuestión divina.

Rufina sufrió mucho, antes y después de 1981. Pero no sentimos rencor contra nadie. Si fue o no Monterrosa, Dios y la vida lo dirán. ¿Será justo perdonar?"""